Siempre que vamos me lo paso muy bien. El abuelo juega conmigo a todo lo que yo quiera; a la pelota, al escondite, hasta alguna vez se ha puesto los patines de papá y nos hemos ido a patinar por el pueblo.
La abuela le regaña siempre porque dice que ya es mayor para hacer esas cosa y que se acabará haciendo daño, pero él no le hace caso; me mira, me guiña un ojo y sonríe.
¡El abuelo es genial!
Cuando llegamos, la abuela estaba haciendo la comida y toda la casa olía a tarta de manzana. Ella es una cocinera muy buena y, siempre que vamos, nos prepara un postre muy rico porque sabe que todos somos muy golosos, sobre todo Paul, que siempre se come un gran trozo de tarta y luego dice que le duele la tripa.
también les gustan mucho los animales y les encanta verle husmear por toda la casa. Y el abuelo siempre tiene preparadas para él unas ricas zanahorias de su huerto.
Estaba sentada en el suelo, dándole una zanahoria a Liko, cuando Shopie exclamó: -¡Annette, eres tú!- y, ahí estaba yo, con mi pelito de lana azul, en un bonito cuadro en la pared.
A la abuela le encanta hacer manualidades, como decorar cajitas o tejer jersys y bufandas, pero lo que más le gusta es pintar y lo hace muy bien. Y me prometió hacerme un cuadro de Liko para ponerlo en mi cuarto.
Después de comer, el abuelo nos llevó a ver el huerto.
Si a la abuela le gusta hacer manualidades, al abuelo le encanta trabajar en su huerto.
Tiene plantados tomates, lechugas, zanahorias y muchas cosas más, y árboles frutales, como perales y manzanos, que por eso la abuela hace esas tartas de frutas tan ricas.
Mi árbol favorito del huerto del abuelo es el cerezo, y no solo porque me gusten mucho las cerezas; ¡es que me encanta cuando florece!
Se llena de florecitas blancas y rosa clarito, y se pone tan bonito...
Estabamos recogiendo algunas manzanas para llevarnos a casa, cuando el abuelo me dijo: -Ven, Annette, tengo una sorpresa.- y me llevó hacía una pequeña cabañita que no estaba allí la última vez que fuimos.
Cuando nos acercamos, oí como a un pollito piar y, cuando dimos la vuelta alrededor de la cabañita, allí estaban cuatro gallinas y muchos pollitos pequeñitos, amarillos y esponjosos.
¡Menuda sorpresa me llevé! El abuelo no me había dicho que, ahora, también tenía gallinas y sabía que me iban a encantar.
Fue muy divertido darles de comer, porque las gallinas venían tras de mi y los pollitos corrían tras ellas, para no separase de sus mamás.
Y Liko lo miraba todo, como sorpendido, aunque hizo muy buenas migas con los pollitos y, al final de la tarde, ya iban tras él igual que si fuera su mamá.
¡Lo que nos reímos todos!
Pasamos un día muy divertido, y no podía ser de otra manera porque . . . los abuelos son geniales.
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